LA INAUGURACIÓN
Estaba atardeciendo y el viento aumentaba a lo largo de la costanera, justo frente al nuevo teatro. Un grupo de profesionales de la prensa se ubicaba cerca de las autoridades, quienes recorrían la alfombra roja, iluminada por los focos y flashes de las cámaras de fotógrafos y celulares. El frío se intensificaba y todos querían ingresar pronto al recinto, incluyendo los invitados y el público que aguardaban fuera de la luz de los reflectores.
En medio de esa multitud expectante que permanecía estoicamente, se distinguía una figura conocida: junto a su hija, estaba el principal gestor de la construcción de esta importante iniciativa. Esperaba con paciencia -al lado de otros ciudadanos que habían contribuido durante años a erigir esa obra- que ingresaran primero los políticos e invitados especiales. Después ingresarían ellos con todo el resto de los asistentes.
Llamaba la atención ese grupo de personas en particular en la inauguración del Teatro Regional Biobío. Parecía, injusto. Como se suele decir “el pago de Chile”. Los periodistas, además de conversar con aquellos que, por circunstancias del destino, ocupaban los primeros lugares en este evento, también querían la opinión de Juan Eduardo King, ex Director Regional de Cultura y Las Artes: ¿Qué había pasado con el Teatro Pencopolitano y el diseño de arquitectura de Borja Huidobro? ¿Qué relación había con el teatro que se inauguraba ese día, en el mismo terreno para el edificio que la comunidad había esperado durante 25 años?
Cada uno tendría su propia teoría y varios ya sabían que era la misma iniciativa cultural, en el mismo terreno, con algunos cambios con respecto a la idea original y al nombre. Se sorprendieron cuando él se negó cortésmente a dar entrevistas en ese momento, dándoles la esperanzas de conversar más adelante. Lo que sí contó fueron dos cosas:
La primera, que inicialmente sólo había recibido una invitación para el evento, dejando afuera a su familia que había sido copartícipe en su gestión y logros. Alguien reparó el hecho y, después de un tiempo, le llegó una segunda entrada para su esposa, Valentina Domínguez, pudiendo asistir, finalmente, su hija Andrea King.
Lo segundo, que había hechos públicos imposibles de ignorar para cualquiera y que debieran llamar la atención: “Hoy, están celebrando muchas autoridades y funcionarios públicos regionales que impidieron la materialización del teatro durante el gobierno de Lagos; hicieron imposible que se retomara el tema con la presidenta Bachelet y que trataron, por todos los medios, de impedir que el presidente Piñera cumpliera su promesa, sin lograrlo. Pero igual pudimos hacer el concurso de arquitectura y obtener el financiamiento para su construcción y funcionamiento. Irónicamente, son estas mismas personas que ustedes pueden encontrar en los registros de prensa, que finalmente y porque no les quedaba otra alternativa, asumieron sus nuevos cargos públicos regionales para verlo en su última etapa e inaugurarlo hoy”. Ya dentro del teatro, parte del público coreó el nombre de King, reconociéndolo como su legítimo gestor. Él, sentado en la platea detrás de un pasillo, sonreía tranquilamente, como el que sabe que ha alcanzado sus logros.
Juan Eduardo King, gestor del Teatro Regional Biobío
De eso, había pasado un tiempo y, finalmente al regresar de Santiago, pude ver por mí misma el imponente edificio blanco en la Costanera de Concepción. Le pregunté a Juan Eduardo -con quien yo había trabajado 12 años en la corporación gestora de la construcción de este gran escenario- por qué el Teatro Pencopolitano ahora se llamaba Teatro Regional Biobío y me respondió:
“Reconozco que me complica darte una respuesta. Es que, simplemente, es incómodo volver sobre algo a lo que dediqué parte significativa de mi vida y que, debido a ciertos detalles de su administración, me produce preocupación. Pero quizás, tengas razón. La ciudad merece conocer su participación en esta historia que tiene características épicas, dignas de rememorar. Incluso, tengo la esperanza en las nuevas generaciones para que este espacio sea un centro cultural al servicio de toda la región y que esté realmente abierto a todas las expresiones y formación artística como fue la iniciativa original."
Semanas después, me invitaron para el primer aniversario del teatro. Sentarme en una butaca que imaginé por más de una década, me emocionó profundamente, pero no todos compartieron mi entusiasmo y quise saber por qué este escenario estaba tan desvinculado con la comunidad que lo concibió. Entonces, decidí abordar esta historia y difundirla a los cuatro vientos para que fuesen los mismos ciudadanos los que remecieran y despertaran a este “Coloso Dormido” a orillas del Biobío.